martes, 2 de enero de 2018

Todo lo que se ve debajo de una falda

Llevo el desnudo incorporado cada vez que me visto. Dispuesto a airearse frente a los viandantes, expandido entre los vagabundos y las farolas y los árboles. Expuesto a los gatitos abandonados en estaciones de tren sin tren. 

Un desnudo detrás de cada palabra que cuento, de esas historias que me invento, de la verdad, de los alrededores. Un desnudo abierto y pleno. 
En él descanso, me relajo. Lloro muchas veces y dejo que la risa haga con él lo que guste. Mi desnudo en invierno, con tanta ropa negra y abrigos de lana. Mi desnudo en verano igual de extenso que en cualquier otra época del año. 

Ay de los que no saben que lo llevan y mueven. De los que, arrinconados en las esquinas de la vida, deambulan por los bares desayunando, bebiendo los fines de semana, encendiendo el ordenador, contestando mensajes. Archivos adjuntos, las fotos del viaje, aquella canción. 

Voy desnuda, ahora. 
Esa extrema sinceridad tuya tan directa, dice él. 
Yo, no sé, yo es que no sé ser de otra manera. 

Para qué vestirme de neopreno en los lagos. Para qué un personaje en el teatro. Para qué fingir los orgasmos. Para qué un montón de piedras tapando esta herida. Para qué el peso, para qué quiere la cebolla las capas. Para qué las flores de las lápidas. 

Soy desnudo. Y tú también lo eres aunque no te des cuenta y te esfuerces en esconderte para que no te vean. 

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