miércoles, 31 de enero de 2018

Como tiempo verbal: Presente antiguo

Les voy a contar la historia de la mujer que no pudo quitarse su disfraz. Es mentira, no les voy a hablar de otra persona, les quiero hablar de mí pero no es fácil hacerlo ni tampoco nada cómodo. Así que ustedes hagan como si yo no fuese yo y sí cualquier otra mujer para que pueda hablar largo, abierto, lento y sin pesar. 

La mujer de la que quiero hablarles no sabe ser feliz. El disfraz, es el maldito disfraz. De pequeña le colocaron, nada más nacer, este velo negro transparente, este telón alrededor a través del cual puede mirar el rosa de las rosas, el verde de la esperanza, el carmín de su boca de piñón. Alta, esbelta, siempre con kilos de más rodeando un esqueleto de cristal. Cuando la estructura ósea es frágil, lo mejor es comer para proteger lo que tan fácilmente puede romperse. Aún así, casi siempre estaba rota, traumatólogos, fisioterapeutas, osteópatas y como no, psicólogos para el corazón. 

El disfraz, como les decía, la ausentaba del entorno, la escondía del vendaval. Era necesario, imprescindible para respirar. El problema fue cuando al crecer, el velo era más armadura que velo. Había quedado la piel tan apegada a la tela que ni los párpados podían abrirse del todo. Y entre ese cerrado y abierto a través del cual miraba el mundo, pasó lo que pasó. 

Que todo estaba desfigurado, difuminado. ¿Qué es la claridad cuando nunca has visto claro? ¿Qué será la nitidez, la lucidez y la transparencia cuando hay un traductor para cada uno de los hechos que acontecen? 
El disfraz, entiéndanme, es la experiencia. La memoria. Es el pasado que a cada instante transforma en viejo cualquier nuevo ahora. 
Que todo lo tizna de recuerdos, de lo que fue, de lo que pasó, de cómo me comporté, la mujer, me refiero a cómo se comportó la mujer con su velo alrededor. 

Les quiero contar también, aunque eso será cualquier otro día, la historia de una mujer en carne viva, sin piel ni velo ni disfraz y de todas las enfermedades que sufrí. 


domingo, 28 de enero de 2018

Lágrimas en punto de cruz

Viva, como el aceite de las aceitunas, como los campos, como el verde, como los girasoles girándose. Tan viva, tan llena. 
Quién iba a decirme a mí esto. Estas cosas. Que me tiemble el corazón entre las grietas, que la luz se cuele, que se podían levantar tantas alas. 
Quién, dime, quién, soltó las riendas, abrió la cárcel, quién iba a renacer tan dentro, tan hondo, tan plena. Viva, como los almendros floreciendo, como todas esas cosas bellas que recuerdo. 

Tan viva, tan llena. 

Yo, esa yo antes muerta, ahora tanto cielo y con tanta tierra abierta desmembrando semillas como experiencia. Un águila, un ciprés, una docena de espinas en cada rosa. Sin daño, sin mancha, sin pena. 

Viva, como las lágrimas saliendo por todas las fuentes, como los hilos del llanto en un cuadro, como un bordado con las cicatrices que ya no duelen, que ya no sangran, que sólo marcaron este trozo de piel en este continuo parto.

La vida. Y yo tan viva en ella. 


sábado, 27 de enero de 2018

Procrastinación

No te creas que es fácil elegir cuándo morirse. Los viernes por ejemplo les viene mal a todos. Les fastidias los dos únicos días libres que tienen en la semana y no están las cosas como para ocupar el tiempo libre en un entierro. Como última obra de caridad, prefiero dejarles que disfruten con la familia y sus quehaceres. 

He pensado dejarlo para el lunes, a algunos les vendrían bien unas cortas vacaciones por sonada defunción, pero los lunes María la florera cierra precisamente porque va al almacén a traerse flores frescas. Así que casi mejor lo dejo para el martes porque otra cosa no, pero a mi los muertos me gustan con flores y al menos me gustaría poder elegir eso.

Lo malo del martes es que justo esta semana es el patrón de nuestra aldea, San Ildefonso. Tampoco quiero yo que el único día festivo en el que los coetáneos sacan al santo en procesión quede marcado por mi muerte y todos los aniversarios tengan que recordar que encontraron al cura muerto en su cocina por demasiada inhalación de gas. 

El miércoles, que podría ser el día perfecto por aquello de que se pueden enlazar los días libres con el fin de semana resulta que viene mi madre desde la ciudad a hacerme la visita del mes. Setenta y tres años y empeñada en subirse en el autobús, que tarda la pobre dos horas y cuarto en llegar aquí porque ya sabes tú, hijo, que tu padre no está para conducir. 

La tarde del jueves celebro la misa de aniversario del alcalde. Asisten los ciento quince vecinos censados porque la junta sigue celebrando después la cena de rigor. A éstos les hace falta poco para celebrar cualquier cosa, ya me dirás, que hasta de la defunción del bonachón de Juan sacan un guateque, el año pasado nos dieron las tres de la madrugada entre churros y torrijas. 

Y el viernes me ha dicho María que no puede, que va a ir al médico y que prefiere ir tranquila, sin nervios ni preocupación, y que no sería justo que en su primera ecografía nuestro hijo saliera con alteraciones porque su madre ya sabe que no va a tener padre. 




viernes, 26 de enero de 2018

Comida rápida

A mí lo que me gusta es el menú degustación. A las chicas de hoy en día les gusta eso de las comidas sin prisa, pueden estar comiendo hasta las seis de la tarde habiendo empezado a las dos. Yo soy más de cortos pero intensos; oveja que bala pierde bocado, que decía mi padre. 
Para qué meterse hasta la cocina, hasta el almacén. Vas al restaurante, pides un poco de lo mejor que tengan y te hinchas. Así las digestiones son ligeras, no te atragantas y anda más liviano el corazón.

Soy Alberto, el rey de los muertos. Así me llaman éstos, me lo pusieron porque dicen que así es como dejo lo que toco. A ellas por supuesto y por daños colaterales también a sus amigos, que tienen que escuchar, soportar y aguantar los llantos cuando las dejo. 

No siempre fui así. Antes me gustaba investigar, ahondar, abrir todas las puertas y hasta limpiar lo que hubiera sucio. Llámale restaurante, llámale corazón chin pom. Luego me volví frío, que no calculador, porque ni siquiera eso hago. Voy, llego y gano. No le doy más vueltas. Demasiado destrozado se me quedó el chasis como para seguir deambulando en seres humanos. Que no. 

Lo que me gusta es el amor low cost. Estoy a la moda. Hasta los cojones, pero a la moda. No siempre es fácil, hay comidas que me dejan tan buen sabor de boca que sin quererlo me veo enviando corazones por whatsapp. Hasta que dejo de contestar. No me lío. Voy, llego y como. Los restos que se los coma otro. 

Esta noche tengo cena rápida con Julia. Julia. Joder con Julia. Nos hemos visto tres veces y trescientas he mirado el whatsapp. No me escribe, no me manda corazones y desaparece después de vernos. Me dijo de ir a un local que le gusta donde por treinta euros te hinchas con el menú degustación. Julia. Joder con Julia. 




miércoles, 24 de enero de 2018

Roles

De cinco a siete soy una pija en la sala de espera de un cirujano plástico. Me quejo de las arrugas, de la talla, del paso del tiempo y de lo poco que valoran algunos la belleza. En el interior, dicen los feos, como si pudieras esconder tu puta hermosura. La belleza se te va a salir a cántaros, quieras o no quieras. Y si no la tienes, da igual, lo que sea que tengas debajo de ese muro inquebrantable de color carne. 

De cinco a siete hago el papel de pija en el taller de teatro. Me quejo del papel, del diálogo, de la ropa que el monitor quiere que me ponga y de lo poco valorada que está la comedia. Lo hacemos todos, a diario, en la cola del supermercado y cuando le dices te quiero a tu novio. Eres un personaje a cada instante. ¿Acaso no ves que el tono en el que le hablas a tu madre no es el mismo que el de 'qué vestido tan bonito, Laura', que vomitas sobre tu chica?

Pues eso, de cinco a siete me dejo invadir por una pija. Yo no soy pija, pero puedo fingirlo. Es lo mismo que se hace casi todo el tiempo. Buen hijo, buen novio, buen empleado y buena persona. Aunque esto último es, de lejos, lo que peor hacen los humanos. 

Y luego, a eso de las siete y cinco, cuando ya he salido y vuelvo a ponerme el disfraz de siempre, me pregunto como tú, quién cojones soy yo. Porque si somos capaces de aparentar, fingir y disimular según el escenario que pisemos, puede alguien decirme quiénes somos en realidad. Algo continuamente maleable, dice el público.

Y la que aplaude soy yo.



lunes, 22 de enero de 2018

Demasiado mar para una jarra tan pequeña

Si pudiera en estos versos hablar más nuevo y conociese, no sé, lo que aún no se ha nombrado. Si creciera un poema de lo que no he parido, de lo que me he perdido, de las semillas secas por falta de riego.

Si abierta y sin fronteras, descubriera que tal vez, vete a saber, detrás del miedo en realidad nunca hubo miedo o que a todos estos años les creciera el espacio, tres millones de kilómetros más honda, menos presa.

Si fuese menos filtro, un embudo con los dos agujeros igual de anchos, y entre las barreras que ni siquiera sé que llevo puestas se colase la historia que no se ha contado, los recuerdos que no pasaron, los durante de las posibilidades que no se vivieron.

Ay, qué cuerpo tan pequeño, que dedos más escasos.
A veces, si pudiera, me quitaría de en medio para dejar que la vida, toda, se expandiera.





sábado, 20 de enero de 2018

Arriba tu calle, vestida de fiesta

Puedo fingir que, como el agua, me disperso por la vida, en los rincones de este tiempo tan vacío, tan mentira.  
Puedo fingir que, como el viento, como la lluvia, como todas esos lugares raros, me deslizo por la vida, este oxígeno tan agrio, tan malvado. 

Puedo fingir y finjo, en cada rato ando mintiendo, que no eres tú lo que ansío. Las vísceras, las entrañas por el suelo y yo, yo fingiendo que vuelo. Desde arriba me veo, fingiendo. 

Puedo aparentar y aparento. Que se me cae la falda delante de otros héroes. Un desnudo en apariencia. Yo tan transparente. Se me deben ver todos los hilos con los que me he ido cosiendo. Los bocados, las zarpas del oso, el rugido de todos los lobos que llevabas dentro. 

Puedo fingir y lo hago. Lo bordo, lo decoro, lo culmino con guindas encima del sombrero, dos lazos, tres bengalas, una tarta y siempre, siempre, siempre, la vela que se apaga después del entierro. 

Puedo disfrazarme de esto, de todo esto, de remolinos y fiesta, sin dejar de ser, entretanto, roca. Sin una ínfima grieta. 


martes, 16 de enero de 2018

Imagina que ya te has ido

Ya he abierto los armarios y desbaratado los cajones. Ya he convertido en transparente esta cabeza tan llena de riesgos y miedos. He escrito poemas claros y le he hablado al mundo de montañas rusas sin sentido. 
Me he desbocado ante otro ser humano, vertiendo el pasado, la historia, esta experiencia tan llena. Que fui salvavidas cuando me ahogaba. Y águila. Y sirena. Y renacimiento. 
He abrazado conteniendo el planeta entre mis brazos, abarcando los ojos de otro. Me he llenado en un solo rato de la inmesidad, de la espontaneidad y la liviandad de los instantes. 
Ya no maquillo mi condena mental, muestro el remolino de viento que se mueve cuando estoy quieta. Todo abierto. Arriba los diques. Soy esto. Grande, infinita, inabarcable. 

Y volcándome de lleno, derrochándome, entregándome al momento, ni siquiera así, quiero quedarme.



Negro, como los hospitales

- Cariño, para ir al médico cámbiate la camisa.

Luisa sacó del armario la camisa celeste con ribetes en el cuello. En la consulta suelen esperar casi siempre alrededor de cuarenta minutos y además hoy la hora de la cita es de las conflictivas, muchas personas la piden después de las siete porque para los familiares es mejor no tener que pedir horas libres en el trabajo. 

Juan no quiere saber nada de prendas limpias ni duchas diarias. Si no es por Luisa hace tiempo que hubiera dejado que todas las cosas, además del tumor, se lo hubieran comido a trozos. El surco de moho alrededor del filo del vaso en la mesita, electrocutarse con la manta de calor, las bacterias acumulándose en la cara externa de la piel sin lavar. El tumor hace de Juan lo que las olas a las orillas del mar, vapulearlas, pasar por encima de él una y otra vez moviendo conchas, piedrecitas, ganas, deseos y absurdas normas de seres humanos sanos.

- Llegaremos tarde, arréglate Juan.

Dormir es el mayor placer ahora, pequeñas dosis de la tan temida e innombrable muerte. El doctor Salgado dirá hoy si los marcadores anuncian tregua o si, por el contrario, Juan va a poder dormir en paz sin despertarse nunca. Muerte, muerte, muerte. Juan lo repite sin cesar mientras se mete los zapatos sentado en la cama. Lo repite en silencio porque respeta a Luisa, porque ella odia esa palabra. Cómo me gustaría poder hablarle, llorarle las ganas que tengo de que el doctor Salgado nos lea un número muy alto, que ponga énfasis e ímpetu en la palabra metástasis. 

- Voy llamando al taxi.

Luisa termina de pintarse los labios, coge la carpeta con los informes y mira con ternura a Juan. Si va a descansar, llévatelo cuando quieras, te lo pido Señor. Le abrocha el abrigo y le abre la puerta. Muerte, muerte, muerte, se repite Luisa mientras se montan en el taxi.

- Juan por dios, no te has cambiado la camisa.

lunes, 15 de enero de 2018

Emprendedor

Voy a hablarte un poco de aquí, de esta ciudad donde no suenas, ni hablas, ni reímos. Voy a hablarte de este territorio que desconoces, que nunca sabrás cómo es.

Es el mundo alternativo que nació cuando me dejaste ir. Si aparecieses, las calles volverían a transformarse, habría de nuevo huecos en la carretera para tu coche, tiendas de ropa con tu ropa, barberías con tus pelos por el suelo, una ventanilla esperando que presentases documentación.

Aquí no hay nada de eso. Amanece todos los días a una hora extraña, llevamos en las muñecas un trozo de eternidad en algo que se parece a lo que antes, cuando estabas, llamábamos reloj. El atardecer va probando una nueva gama de colores que han debido inventar algunos de los diseñadores que acaban de graduarse. También puedo hablarte de cómo suena el silencio de las campanas, del mutismo de las borrascas o de lo afónicos que cantan ahora los pájaros. 

Estoy tan lejos de aquel entonces. A las diez, por la noche, ocupando el rato en el que antes me llamabas, se me atraganta todo eso de los fracasos. No sé si sabes de qué te hablo. Es como un pequeño bote de cristal lleno de miel, pero sin miel. Y tengo que masticarlo, tragarlo, digerirlo. A las diez y media ni rastro del bote. Se enciende la tele después. Por las mañanas trabajo, luego como, visito a mis padres, hago deporte, salgo con los nuevos amigos que he alquilado y generalmente me acuesto pronto porque, total, me paso el día durmiendo mientras hago todo eso. 

No estás en ninguna de las partes. Ni rastro. Y fíjate, eres tú el que lo ha creado. 


Indicadores

Como las bolsas de patatas fritas
que tienen abre-fácil
que lo pone en una esquinita bien claro 
y que luego no hay manera de abrirlas. 
Pues así, 
mi corazón. 

jueves, 11 de enero de 2018

Constante

¿Ves? No sabemos nada de nada.

Lo mismo un día te encuentras en el bosque una flor amarilla y reluciente en la entrada de una cueva mágica por donde puedes entrar fácil y libre y conoces a un hada y a dos elfos y varios gnomos ondean cintas brillantes sobre tu pelo y huele a algodón de fresa y palomitas de maiz, y suena una alegre melodía chispeante que te hace danzar en vez de andar y saltar en vez de descansar y... 

Que, de repente, al día siguiente, te han cercado el bosque. Tareas de tala, trasplante de árboles. 

Y así, en general. 


miércoles, 10 de enero de 2018

Al alba

Anoche, cuando era tan de noche, de madrugada, con todo tan oscuro, y no oíamos la lluvia de fuera. 

Anoche, en la penumbra de tu cuello cuando soy pequeña, pequeña, demasiado pequeña y me acurruco y mañana madrugamos y quieres quedarte a dormir pero no puedes porque somos mayores, mayores, demasiado mayores con tantas responsabilidades. 

Anoche, cuando tenías sueño y yo te buscaba la mirada de un ojo porque el otro estaba escondido. Tan en horizontal y tan de lado estábamos que la mitad de las cabezas se hundía en lo blandito de los cojines y sólo un párpado, y sólo una ceja y sólo una pupila. 
Anoche, me hice un poco más de día que en los tres últimos meses. 
Y ya no era tan de noche y sí amanecía, aproximadamente a eso de la una y media, cuando te ibas. 

Y me quedé así, amaneciendo, justo cuando me acostaba. 

Aunque te hubieras ido, seguía siendo de día. Por todo lo que dejas y muestras y enseñas sin decir ni una sola palabra de las que yo busco, y pregunto y averiguo y quiero conocer y abrirte el cráneo y obtener respuestas simples y saber qué piensas, qué sientes, qué tienes ahí dentro. 

De día. Fui día anoche. 


domingo, 7 de enero de 2018

Ganas

Mira que es bonito querer quererte.

El día que consiga querer quererte, será la hostia.

sábado, 6 de enero de 2018

Todas las cosas grandes que caben en los joyeros pequeños

La pesadez. 
Las cadenas de la experiencia, los recuerdos, los deseos. Lo que ya no. Lo que falta, lo que ansías.
Las cosas imposibles en unl mundo lleno de posibilidades. Tus ideas, tus sueños y el dolor de cabeza.

La pesadez. 
El estómago que no sabe digerir bien, una traquea de hierro ardiendo, el esófago y los alrededores llenos de piedras. Una vez, una mariposa voló por mi intestino. Ni me enteré. 

La pesadez. 
Eso que nos obliga a prestar atención a lo pequeño. Envolver los regalos, quitar un pelo de tu jersey, la saliva que va y viene en los besos. El color rojo en las diez uñas. Su nombre en la pantalla del teléfono y el ring ring a la vez. El silencio después de tu canción. Tu nariz sintiendo intenso al volver a casa de tus padres. 

La liviandad en medio de tanto peso.





jueves, 4 de enero de 2018

Volver y otras huidas

Si yo fuera un poco más naturaleza y menos carretera. 
Si yo fuera verano, invierno, las olas del mar que se mueven en las fotos. 
Si yo fuera al menos el viento, más calma. 
Esa nube de la izquierda, la que se ve más blanca. 

Si yo fuera la tierra sobre la que construyen una tienda. 
Y el pico de un águila, ya ni siquiera pido ser alas. 
Si yo fuera un poco menos farola, linterna, una vela. 

Si pudiera ser el sol que salía del agua. 
Un vuelo. Tan solo uno de ellos.
Menos aviones, más hormigas. 
Si yo fuera una hoja que se cae. 
Otra que revienta de vida en la copa del pino. 
La savia. La raíz.
Dejar de ingerir jengibre para ver si así, de una vez, sí. 

Si yo fuera verde por dentro, azul, abril. 
La arena de diciembre no se queja del frío. 
Yo sí. 
Si yo fuera no tan densa aunque me convirtiera en piedra. 
Menos peso. Menos piernas. Menos cabeza. 
Sobre todo menos cabeza. 

Si yo fuera un poco más naturaleza y menos aceras, bordillos, una nevera. 
Oh, si yo fuera humo y antes la leña. 

Envidiaría a los que oyen latir dentro un corazón. 
Y querría tener uno, bien grande, bien crudo, bien sano. 
Como el mío. Como el de ahora. 


Meter al pez en la jaula

¿Qué era la autenticidad? ¿Lo recuerdas? ¿Cómo era aquello? Seré siempre fiel a lo que siento, pienso, hago. Más o menos así rezaban mis lemas y títulos. Ahora me pregunto, a veces, si sigo siendo aquello en lo que creí. 

Autenticidad. 

Se me olvidó mencionar, por aquellos tiempos, el modo en el que influía el entorno para que uno pueda desarrollarse así. 
Ser auténtico. Qué gilipollez, pienso ahora. 
Yo lo soy, en mí, conmigo. Dentro. 
En realidad no sé si lo soy fuera. 

Si pudiera elegir, si la vida fuese la mierda de lienzo en blanco de la que hablan las tazas de mister guonderful, nosotros estaríamos en la orilla de algún mar pidiendo un café. Y hace muchísimos días que no miro la cuenta del banco a ver si está ya a cero. Y una vez a la semana revisaríamos los emails a ver si alguien, no sé, si ha pasado algo allí, en este lado del lienzo que ahora tengo. 

Si pudiera elegir la autenticidad sería esa. Lo que pienso, lo que siento, lo que haría si todo ese rollo fuese cierto. 

Pero no. El cero del banco está cerca. Me he hecho un café en la nespresso. El último email dice que debería ponerme a hacer unos planos en vez de estar escribiendo esto. Esta noche cenaré con alguien que no eres tú. Y del mar practicamente no me acuerdo. 

Soy auténtica. Lo soy en medio de un cuento. 

miércoles, 3 de enero de 2018

Cuando estés triste piensa en todas las aves que no tienen alas

Nos reímos mucho cuando nos contó que él, a aquel que le cuenta sus penas, les dice: ¿Pero has cagado? A ver si va a ser eso. 

Pues más o menos lo que yo quería contar es que esta mañana conducía por la ciudad y de repente una ambulancia pedía paso con las sirenas altas, muy altas, más altas que la luna. Y que la puerta de urgencias estaba a cien metros. Y que la he ido dejando atrás a la izquierda. Y que he seguido conduciendo con rock efe eme sonando en la radio. Y que los semáforos estaban en verde. Y que he podido llegar a casa. Y que aunque haya llegado llorando, aún tengo la vida.

Eso más o menos. 



martes, 2 de enero de 2018

Todo lo que se ve debajo de una falda

Llevo el desnudo incorporado cada vez que me visto. Dispuesto a airearse frente a los viandantes, expandido entre los vagabundos y las farolas y los árboles. Expuesto a los gatitos abandonados en estaciones de tren sin tren. 

Un desnudo detrás de cada palabra que cuento, de esas historias que me invento, de la verdad, de los alrededores. Un desnudo abierto y pleno. 
En él descanso, me relajo. Lloro muchas veces y dejo que la risa haga con él lo que guste. Mi desnudo en invierno, con tanta ropa negra y abrigos de lana. Mi desnudo en verano igual de extenso que en cualquier otra época del año. 

Ay de los que no saben que lo llevan y mueven. De los que, arrinconados en las esquinas de la vida, deambulan por los bares desayunando, bebiendo los fines de semana, encendiendo el ordenador, contestando mensajes. Archivos adjuntos, las fotos del viaje, aquella canción. 

Voy desnuda, ahora. 
Esa extrema sinceridad tuya tan directa, dice él. 
Yo, no sé, yo es que no sé ser de otra manera. 

Para qué vestirme de neopreno en los lagos. Para qué un personaje en el teatro. Para qué fingir los orgasmos. Para qué un montón de piedras tapando esta herida. Para qué el peso, para qué quiere la cebolla las capas. Para qué las flores de las lápidas. 

Soy desnudo. Y tú también lo eres aunque no te des cuenta y te esfuerces en esconderte para que no te vean.